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Jacob entonces les ordenó a sus familiares y a todos los que vivían con él:

«Desháganse de todos esos dioses extraños en los que han creído. Luego báñense y cámbiense de ropa, porque debemos ir a Betel para presentarnos ante Dios. Allá construiré un altar, para darle gracias, pues cuando estuve en problemas, él me ayudó. Por dondequiera que he andado, Dios siempre ha estado conmigo».

Ellos le entregaron a Jacob todos aquellos dioses, y también los aretes que llevaban como amuletos. Entonces Jacob los enterró bajo el gran árbol que está en Siquem.

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